Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Barcelona es un garbeo semanal que parte cada viernes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y realizar una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc. Consulte aquí los próximos destinos.
Veintidós Arroba. El mix perfecto de “grid urbano wannabe smart city” y Pueblo llano. Edificios altos, cristaleras impecables, líneas rectas y oficinas para el lumpen posmoderno, creativo y liberal. Todo ello dispuesto sobre un entramado de descampados, solares y obras a medio hacer, áreas de juego para niños aún plastificadas y grotescas macetas numeradas. Un barrio antiguo maquillado con la escopeta de Homer Simpson. La eterna promesa del tripartito. El efecto 2000 hecho plan urbanístico. El sueño húmedo de Ada Colau.
El Comando Barcelona se reúne puntualmente a la hora acordada en el hall de un hotel en la calle Ciudad de Granada. El garbeo queda inaugurado.

Descendemos rumbo al mar reparando en cada detalle, con la esperanza de encontrar en un área tan sumamente deshumanizada algún rastro de pueblo al que aferrarnos.
A la altura de la calle Sancho de Ávila localizamos un vestigio de la Barcelona más modernista e industrial. Tras asomarnos cual jubilado a sus ventanales descubrimos que las obras ya han comenzado, se han detenido, se han vuelto a reactivar, y se han detenido una vez más en el ciclo sin fin mencionado en la mítica canción del Rey León. Este edificio representa la supervivencia del Pueblo al avance imparable pero intermitente del progreso barcelonés.
¿Su futuro? Tan incierto como el del proceso catalán.

Reemprendemos la marcha para detenernos frente a un “solar-chaflán” vallado a la altura de la calle Almogàvers. Una mujer entreabre la valla y nos mira desafiante. Podemos ver en el interior un campamento perfectamente dispuesto. Tiendas, chozas y barracas, bidones y lonas. El pueblo florece en los recovecos de la metrópolis. Aprovechamos para preguntarle cuanto tiempo llevan viviendo en ese solar. “4 años”. ¿Fotos? “No”. Un breve intercambio verbal totalmente revelador.
Nos desplazamos hacia la calle paralela, el Carrer de Badajoz, en el que topamos frontalmente con un auténtico negocio del barrio. Un clásico del Poblenou. Eternamente fiable, el Auto-taller de reparación de vehículos “La Roda” hace honor a su nombre señalizándolo con una gran rueda de tractor en la entrada.

Proseguimos el garbeo incansables y centramos nuestra atención en las archiconocidas “Superilles” o Super Islas. Éstas son el plato fuerte de la planificación urbanística de la ciudad, y están en fase de pruebas en este área del Poblenou. No tardamos en dar con ellas.
¡Atrás vehículos! La smart city deja paso a los viandantes para acabar con el derretimiento de los polos de una vez por todas y evitar el cambio climático.
Son el terror de los taxistas y el enemigo número uno de los transportistas de la zona. Aún así, han sido bien acogidas por la nueva fauna local que tras la gentrificación del Pueblo Nuevo habita sus inmuebles. Jóvenes parejas con hijos, ambos trabajadores de cuello blanco que educan a sus retoños en inglés y se desplazan en bicicleta. Son conocidos como “ex-pats” porque el término inmigrante ya estaba asignado a quienes vienen a vivir a la ciudad condal sin un duro en el bolsillo. Expatriado suena bien, y suena aún mejor si éste reside en una «Superilla» del Poblenou.
Seguimos dirección mar, y comprobamos que cuanto más cerca del agua, más pueblo. Nos cruzamos con una reunión no-clandestina del típico casal independentista que todo barrio de la ciudad condal que se precie debe tener. Celebran su encuentro a puerta abierta, pero a persiana semi-cerrada. Un guiño al seny y a la rauxa catalana, sin duda.

Tras una caminata breve pero intensa, decidimos recuperar fuerzas en un bar cuyo nombre nos invita a hacer una reflexión sobre sus parroquianos y su estrecha relación con el proyecto hombre. El Bar Monaco es otra de las reliquias del barrio, incansable, irreductible, atemporal, creado por y para el pueblo. Apostado en un cruce de caminos,entre el Carrer Pere IV y el Carrer de Pallars, esta tasca nos traslada a otra época y decidimos que es el mejor lugar para repasar lo que hemos visto, analizar el recorrido y dar por terminado el primer garbeo ultrarracional del Comando Barcelona, no sin antes charlar con Joaquín, el dueño del bar, que nos prepara una sala aparte para que “estemos más tranquilos” y nos deleita con una selección musical sólo apta para sibaritas de lo vintage. Joaquín nos confiesa que “bueno, ahora tampoco hay mucha gente. En cuanto llega el verano hay más.” y recalca que “Turistas… Turistas principalmente”. Aún así nos enseña orgulloso un recorte de periódico en el que se cita su preciado bar mientras sirve unas mitjanes de cerveza. El mejor final para nuestro garbeo. ¡Continuaremos explorando el extrarradio metropolitano pronto!