
Afirma el postmarxismo, con razón, que es miope e injusto establecer la lucha de clases entre capitalistas y proletariado como el eje único de opresión social y, en consecuencia, presentar al proletariado como único sujeto político legítimo para un programa de emancipación. Además, desde otros varios prismas, es cierto que no siempre existe lucha de clases, y que gran parte del proletariado, sobre todo en países ricos, no desea ni aun necesita ser liberado. Al contrario, una gran porción de él ama la servidumbre o bien celebraría el status quo con tal de tener más que la persona de al lado, o bien con tal de que su consumo se multiplicase notablemente, y ello aunque sus propios hijos e hijas vayan a vivir en un mundo de mierda a causa de este incremento.
En cualquier caso, la mayoría de postmarxistas interpretan esta crisis del eje de clases, y del proletariado como sujeto político de emancipación, como una necesidad de «interseccionalidad», es decir, de incorporación a los programas políticos de ejes alternativos tales como el género y la raza, dentro de los cuales, se argumenta, ha existido una opresión incluso mayor que en el eje capital/trabajo. Personalmente, me parece dudoso que el papel histórico de las personas negras o las mujeres no pueda leerse teóricamente según el eje capital/trabajo, dado el papel crucial de cada cual en la economía política de todas las fases del capitalismo. Pero más dudoso todavía es que se pretenda «liberar» a todos los negros y mujeres sin más, ya que en realidad lo que se intenta liberar es a un tipo de negro y de mujer, porque, al criticar la situación histórica de estos, dicha crítica se hace a la luz de un ideal de negro y de mujer alternativo, el cual habrá que imponer a los negros y mujeres existentes por las buenas o por las malas, del mismo modo que había que imponer a los proletarios empíricos el ideal del proletariado liberado por las buenas o por las malas, a fin de que todas las instancias de proletariado se conformasen a un ideal de humano más o menos liberal, o comunista, o libertario, o anarquista, o lo que fuese. (En realidad hay que decir que libertarias y anarquistas no aceptan forma alguna de coacción, pero ¿quién se puede tomar esto en serio? Por favor.)

Pero lo más sospechoso, desde un punto de vista normativo, es que se pretenda que estos programas de liberación (interseccionales o no) son inspirados sólo y exclusivamente por el bien del sujeto de emancipación. Este segundo problema se relaciona con la aporía que acabo de señalar: el hecho de que lo que en realidad se desea es promover un ideal de vida y relaciones humanas. Lo formularía así: todas estas luchas políticas implican necesariamente el violentar la condición actual de un gran número de «sujetos de emancipación» incluso a pesar de los deseos más o menos manifiestos de muchos de ellos. Con eso y todo, se estima que la interseccionalidad apela a todos los seres humanos, aunque hemos visto que muchos de ellos no la desean y que, al contrario, muchos de ellos son sumamente viles. Entonces, que la lucha «interseccional» sea siempre antropocéntrica no se puede explicar ni por un merecimiento, ni por una voluntad de los sujetos en cuestión, sino sólo por el hecho de que siempre nos encontramos en una comunidad humana de discurso y que este punto de partida condiciona el marco de posibilidad de los programas éticos y políticos. Según esto, hay que confesar que a la mayoría de humanos es común un sesgo como mínimo especista, pero además, habitualmente, este sesgo se acompaña de otros, como el sesgo clasista, racista, nacionalista o machista. Y estos sesgos, junto con otros hechos y dinámicas, forman el marco de condiciones prácticas limitantes de la ética y la política.

En suma: que el ideal regulativo de estas luchas sea antropocéntrico no es cosa que se pueda justificar éticamente, sino sólo por apelación a unos límites prácticos. Ahora bien, lo que estos límites indican es lo que comenté antes: que la mayoría de los humanos se merecen muy poco. Si sumamos a esto nuestro impacto colectivo sobre la biosfera, encontraremos además que como especie, como colectividad, merecemos aún menos.
Lo mínimo, en este contexto, es rechazar todas las ideas de interseccionalidad que no abominen del antropocentrismo y el especismo. Y, en consecuencia, abogar por ideas de ética o política que sean al menos biocéntricas, si no ontocéntricas. Ya que es obvio que existen argumentos éticos (si bien no prácticos) para negar casi todo a muchos humanos, mientras que hay seres vivos o entidades naturales como los arrecifes de coral, los bosques o los glaciares que no sólo merecen, sino aun exigen, nuestra admiración y nuestro cuidado.