‘Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ es un garbeo semanal que parte cada martes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc.
El pasado martes comenzamos nuestro recorrido por la linea 5 en Alameda de Osuna. Nada más llegar a la parada comprobamos que, debido al reciente cambio de hora, ya se nos había hecho de noche. Aunque ello nos impidió sacar fotos con la nitidez esperada, pronto nos convencimos de que era mejor así. Por la noche todos los gatos son pardos, lo que favorece las expediciones de comisiones gentrificadoras como la nuestra; además, la penetrante oscuridad, sólo aplacada por la luz de las farolas, nos proporcionaba una estampa preciosa, digna de ser contemplada en alguno de los numerosos jardines que pueblan la zona. Sólo había un pequeño problema, y es que la entrada a esos jardines nos estaba vedada por enormes verjas que riase usted de las de Melilla.
Un vistazo al mapa electoral de las pasadas elecciones nos basta para confirmar que Alameda de Osuna, al igual que Las Tablas, Valdebebas o Sanchinarro, pertenece al cinturón naranja de Madrid, habitado por clasemedianos que subliman sus ansias de distinción social hipotecándose a 30 años en secarrales, comprándose un SUV para llevar a los niños al colegio y votando a Ciudadanos. Hay que reconocer, empero, que el urbanismo es aquí bastante más amigable que en los barrios mencionados anteriormente, y no nos encontramos con rotondas kilométricas o Edificios Mirador con los que fotografiarnos invocando a Satán. El motivo de esto es que Alameda de Osuna, a diferencia de Las Tablas, Valdebebas o Sanchinarro, no es un PAU crecido al calor de la burbuja inmobiliaria de los 2000, y el desarrollo del barrio ha sido más orgánico y paulatino. Eso sí, el edificio tipo de la zona es un cubo perfecto de ladrillo unido al suelo por numerosas columnas cuya función, como ya sabemos todos gracias a Visicitud y Sórdidez, es permitir que los jóvenes se droguen con tranquilidad.



El único punto de interés del barrio parece ser el castillo de la Alameda, así que nos dirigimos hacia allá. A nuestra llegada volvemos a ver unas verjas; lo cierto es que llevamos un buen rato caminando y sólo hemos visto rejas y gente corriendo ataviada con mallas ridículas, así no hay quien gentrifique nada. Hablamos con un vigilante de seguridad instalado en la garita contigua a la verja, pero no parece tener ni idea de cuando está abierto el castillo al público. Se muestra muy solícito con nosotros, y aunque le decimos que no se moleste y que podemos mirarlo por Internet, decide llamar a su mujer para resolver la duda. La mujer le responde que no lo sabe, y que lo miremos por Internet.



Seguimos andando y llegamos al parque Juan Carlos I. Decidimos seguir recto pese a que no se divisa nada en el horizonte, y tras avanzar unos metros, sin comerlo ni beberlo, somos espectadores una escena bastante bizarra. De espaldas a nosotros hay un guiri con cara de guiri y ropas de guiri, delante suyo hay una pareja de mediana edad. Ella intenta apaciguar a su marido, quien con cara de pocos amigos se encara con el turista:
– ¿Que le has dicho? ¿Que le has dicho, eh? ¡Contestame! Le has dicho que te chupe la polla, ¿a que sí? ¡Contesta, coño!
La cosa no pasó a mayores y la pareja se montó en su coche, dirigiendo una última mirada de desprecio al guiri, que parecía no estar en sus plenas facultades mentales. Ya nos lo decía Melisandre de Asshai “The night is dark and full of terrors”.

Caminamos durante muchos minutos por una carretera recta, con el parque Juan Carlos I a su derecha y absolutamente nada a la izquierda.


Por fin llegamos al final del camino, que resulta ser ¡otro parque! andamos un poco más y, por fin, llegamos a una zona con edificios en la que un grupo de chavales juega despreocupadamente al fútbol. Sin embargo, no vemos ningún bar, lo que nos causa bastante inquietud.

Tras mucha caminata llegamos a la A-2, y como hacemos siempre que nos encontramos con una autopista, buscamos el puente más cercano para cruzarla.
Hemos llegado a Ciudad Pegaso, famosa colonia obrera creada por la empresa homónima en 1956 con la colaboración del gobierno franquista. La compañía fue vendida en 1990 al grupo italiano IVECO; quizá esta sea la causa de que la primera plaza que nos encontramos en el barrio parece ser un sentido homenaje arquitectónico a la de San Pedro, en Roma.
Por fin nos encontramos con un bar, en el que iniciamos la correspondiente cata de braviolis. La calidad de las patatas es cuestionable, pero las salsas están tan buenas que nos tomamos tres raciones, dejando al camarero un tanto sorprendido por nuestra voracidad. Al ir a pagar descubrimos que no lleva la cuenta de lo que hemos pedido y hace un cálculo aproximado, lo cual nos parece magnífico. ¡Abajo la contabilidad!


Aún nos queda tiempo para dar una vuelta por Ciudad Pegaso y descubrir sus calles numeradas y sus edificios desarrollistas. La colonia fue construida en base a un ideal autárquico, con la intención de que los obreros que allí residían tuviesen todas las necesidades cubiertas sin necesidad de salir del barrio: el economato, la peluquería, el bar, la parroquia. A modernas como nosotras nos resulta complicado imaginar como se las podía arreglar aquella gente sin tiendas de fixies o locales de co-working, más aún teniendo en cuenta lo aislada que estaba respecto a Madrid. Hoy Ciudad Pegaso sigue estando particularmente apartada, encerrada entre la M-40, la M-14 y la A-5 y sin transporte público cercano más allá de un solitario autobús.
Se nos hace tarde y buscamos una ruta de vuelta a casa, pero no tenemos muy claro como hacerlo. En el horizonte se divisan las rutilantes letras del Wanda Metropolitano, y nos dirigimos hacia allí, ignorando que, entre nosotros y el estadio, la M-40 nos impide el paso. Acabamos dando la vuelta y sin saber muy bien como llegamos al final de la calle Alcalá, coronada por un grafiti del Chapo Guzmán, que fue confundido por algunos miembros de nuestra comitiva con Ignatius J. Reilly, gran referente de esta página.

Para celebrar el haber estado en una zona tan especial de Madrid (todo el mundo ha paseado por los primeros números de la calle Alcalá, pero sólo unos pocos valientes hemos paseado por los últimos) decidimos tomarnos unos torreznos en el bar de un amable chino y dar por finalizado el garbeo llenando el gaznate.

Para la mejora del barrio, dos propuestas:
- Eliminar las aceras y usarlas para ampliar los bonitos jardines privados de los que disponen los vecinos.
- Poner concertinas en las verjas por si a algún intruso (que si llega allí tendrá que ser en coche, porque recordemos que hemos quitado las aceras) le parece razonable allanar la propiedad de los vecinos de Alameda de Osuna.

Una idea sobre “Propuestas para una mejora ultrarracional de Alameda de Osuna”
Los jóvenes de Alameda de Osuna nos drogábamos en el castillo antes de que ahí también pusiesen rejas.