La serie‘Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ son garbeos que parten cada vez de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas de norte a sur.
Estrenamos curso retomando la práctica de los garbeos —no sin esfuerzo—, cuya disciplina semanal había sido brutalmente quebrantada. Tras el hito garbeístico que supuso Pitis no había muchas esperanzas de que esta edición resultara demasiado interesante en comparación, y más teniendo en cuenta que Arroyofresno estaba prácticamente al lado de la parada anterior por lo que ya habíamos recorrido el barrio. Como novedad para este curso hemos introducido la paridad de género en la práctica garbeística tal y como mandan los tiempos, la partida estuvo compuesta de dos hembras y dos machos.
Debido a la nostalgia del garbeo anterior y eludiendo los principios que los rigen, en concreto el de que sea el azar el que guíe nuestros pasos y el de no volver a lugares previamente visitados, a modo de ceremonia de inauguración del nuevo curso cruzamos la M-40 para dirigirnos al poblado chabolista que ya visitamos la jornada de Pitis, desde donde se contemplan los más bellos atardeceres de Madrid. Esta decisión fue un acierto ya que nos permitió experimentar uno de los aspectos más enriquecedores de la práctica garbeística, el de divagar entre una amplia diversidad de ecosistemas urbanos, inusualmente elevada en este paseo: poblado chabolista en Pitis, ensanche de extrarradio en Arroyo del Fresno, edificios encuadrados en manzanas curvas con aparcamientos y urbanizaciones de casoplones unifamiliares —desprovistos de cualquier tipo de servicio en kilómetros a la redonda— en Mirasierra y finalmente bloques de toldo verde y alta densidad de población en el barrio de El Pilar.

Ningún sitio como los bares en los que solemos parar para hacer un receso para comprobar la enorme distancia sociológica que separa a estos ecosistemas a pesar de su escasa distancia geográfica. En Arroyo del Fresno la presuntuosidad del nombre y la decoración del bar desentonaba con el ambiente cutre y deprimente del PAU en el que se sitúa y con la evidencia de que el personal que nos atendió no había pasado por la escuela de hostelería tal y como sugerían las veleidades de coctelería elegante que emanaban del local.

En el barrio de El Pilar, por el contrario, saben que el Pueblo sano detesta ser adulado con cortesías y oropeles y se limitan a servir comida y bebida con prontitud, determinación y eficacia. Aunque tal vez la mayor diferencia estribara en que en el Barrio de El Pilar nos pusieron tapa y en Arroyo del Fresno no. Al menos en Arroyo del Fresno había algún bar, en Mirasierra no había absolutamente nada.
Desde el bar oímos unos bafles a los que decidimos ir a buscar con fervor como si sirenas de la Odisea se tratasen, yendo a parar a las fiestas del barrio de El Pilar, lo cual fue una novedad interesante, ya que nunca habíamos acabado un garbeo en verbena. Al final, dado el elevado número de ecosistemas recorridos y la vorágine de colores, olores y sonidos que nos encontramos en la verbena, resultó un garbeo más interesante de lo esperado. 6,5 sobre 10. Próxima parada: Lacoma. La convocatoria será publicada en redes sociales, permanezcan a la escucha si les interesa participar.




