‘Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ es un garbeo semanal que parte cada martes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc.
Había ganas de llegar ya a Carabanchel, quizá el barrio con más solera del extrarradio madrileño junto con Vallecas. Había ganas de visitar las calles por las que paseó el Ché Guevara en su visita a la España franquista, las plazas donde Manolito Gafotas jugaba con sus amigos a la espera de que su madre le gritase desde la ventana del salón que se subiese para casa, los locales donde Rosendo rimaba versos entre cerveza y cerveza, las explanadas en las que los avezados planificadores urbanísticos de los 2000 construyeron uno de los PAU más deliciosamente psicotrópicos del pais y el solar en el que antes estaba ubicada la Prisión Provincial de Madrid, lúgubre cárcel en la que estuvieron encerrados personajes ilustres como Fernando Arrabal o Marcelino Camacho y donde pasaron sus últimos días muchos de los condenados a muerte por el régimen franquista. Pero ya habrá tiempo para eso (si el camarada Coronavirus quiere, claro). En esta ocasión partimos desde la parada de Marqués de Vadillo, a la ribera del Manzanares.

Hoy Carabanchel es uno de los 21 distritos de Madrid, pero no siempre formó parte de la capital y no siempre fue uno, sino dos: el Alto y el Bajo. En siglos anteriores, los Carabancheles fueron destino predilecto para la alta burguesía y la aristocracia, que veían en ambos pueblos un entorno perfecto para su esparcimiento y solaz, pese a que de vez en cuando tuviese lugar en aquella dehesa algún desagradable incidente, como el que acabó con la vida del duque de Sevilla en los turbulentos años del Sexenio Democrático. No es hasta principios del siglo XX cuando a los dos pueblos se empiezan a sumar a grandes masas proletarias y pasan de ser pequeños poblados a extensiones de la capital, lo cual se oficializa con la anexión de ambos pueblos a Madrid en 1948. Una segunda oleada migratoria durante los años del desarrollismo provoca un crecimiento descontrolado y Carabanchel es dividido en tres distritos: Usera, Latina, y el actual distrito de Carabanchel, que nos disponemos a explorar.




Llegamos a un parque (si se le puede llamar así) en el que juegan unos niños que huyen despavoridos gritando «que viene el coronavirus» en cuanto ven a uno de los miembros de nuestra comitiva ataviado con una mascarilla. Simpáticos los nenes.
En el parque hay un bonito y colorido puente, totalmente vanguardista, por el que podemos cruzar el pedregal.
Seguimos paseando por el barrio, encontrando a nuestro paso curiosos edificios.



Tras mucho caminar volvemos sobre nuestros pasos y llegamos a la pradera de San Isidro, bucólico paraje donde se celebran las famosas fiestas del santo del mismo nombre, el 15 de Mayo. Goya pintó un famoso cuadro retratando el aspecto de la pradera en día de romería, con sus chulapos y sus mocitas, que no deja de ser bastante similar al de nuestros días, aunque de aquella aún no había puestos ambulantes de salchipapas, bocadillos de panceta y minis de calimocho. Es una pena que el maestro aragonés no llegase a representar en su pintura cómo la Grasa se apodera de todo sin remedio.


Bordeando la pradera se encuentran el enorme Tanatorio de San Isidro, que agregamos a nuestra lista de funerarias ya visitadas junto a la de la M-30 y la de 12 de Octubre…
Y la biblioteca del barrio, donde una de las integrantes de nuestra comitiva pasó sus buenas semanas estudiando, y gracias a ello descubrió que en el piso de arriba se puede disfrutar de estas maravillosas vistas:
Aunque para vistas, las de la propia biblioteca.
Volvemos a adentrarnos en las tortuosas calles del barrio, y conforme pasa el tiempo descubrimos que los vecinos de Carabanchel, al igual que los de otras zonas de Ciudad Lineal ya exploradas, tienen muy pocos remilgos a la hora de aparcar sus vehículos en medio de la acera. ¿Puede ser que Carabanchel no sea tan distinto al este de Madrid?
También encontramos con la versión carabanchelera del famoso edificio de Schweppes, que en este caso resulta ser un bar.
Pero lo que más nos alegra es ver como los vecinos del barrio han llevado el posespañol más allá de la pura ortografía, creando novedosas formas gramaticales.



Paramos en un bar a tomar una caña rápida. En el televisor se retransmite un Eibar – Real Sociedad a puerta cerrada y esto vuelve a desviar nuestra atención al virus de marras. Tras mucho debatir sobre si esta coyuntura nos llevará al tan deseado decrecimiento y consiguiente fin del capitalismo, nos da la sensación de haber causado cierto nerviosismo entre los parroquianos allí presentes, que estaban viendo tranquilamente el partido, así que volvemos a la calle y continuamos nuestra marcha. Cruzamos un par de manzanas, llegamos a un Dia Express y decidimos entrar para comprobar in situ si hay desabastecimiento y hasta qué extremos llega. No nos fijamos en las remesas de papel higienico, porque eso es muy mainstream, pero sí nos damos cuenta de que una de las cosas que se ha acabado por completo es la bollería industrial: el Pueblo quiere un apocalipsis grasiento.



Salimos del Día con nuestra compra hecha y el reportaje finalizado. A lo largo del garbeo hemos recorrido buena parte de lo que antiguamente era Carabanchel Bajo. Nuestra labor hoy ha sido encomiable, haciendo de reporteros y de planificadores urbanisticos al mismo tiempo, pero algunos de los miembros de nuestra comitiva aún tienen ganas de activismo, modificando una señal cuyo icono da pie a malas interpretaciones.

Ahora ya sí, con la satisfacción del trabajo bien hecho, nos vamos a los bajos de Opañel, donde algunas de nosotras nos quedamos verdaderamente sorprendidas, ya que desconocíamos por completo que aquí hubiese una zona de bares tan animada.
Entramos en una de las cervecerias. Vamos sobre seguro ya que nos la recomienda uno de los miembros de nuestra comitiva. Ha sido un garbeo bastante fructífero, veremos si el último en mucho tiempo. Tendríamos que haber realizado alguna propuesta para el barrio, pero lo cierto es que estuvimos demasiado ocupadas hablando de la rabiosa actualidad. Simplemente esperamos poder pasear por las calles de Carabanchel lo más pronto posible. Sí que tenemos una proposición para la cervecería en la que finalizamos nuestro garbeo, pese a que salimos de allí encantadas ante lo buenas que estaban las cervezas y la calidad de las braviolis. Y es que la idea de realizar grupos de conversaciones en inglés es encomiable, pero dudamos de que el baño sea el sitio más propicio para ello.
