‘Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ es un garbeo semanal que parte cada martes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc.
El pasado martes la comitiva ultrarracional de mejoras urbanísticas arrancó desde Oporto (la parada de metro, no la ciudad) para seguir con su avance por la linea 5. El garbeo comenzó con una visita a uno de nuestros lugares favoritos de Carabanchel y, tras alguna que otra inclemencia que nos sirvió para hacer algun añadido a nuestra dieta bravioli-based , terminó con un desagradable incidente que, pese a todo, no turbó nuestro excelente estado de ánimo. Pero no adelantemos acontecimientos.
La boca de metro de Oporto va a parar a la glorieta Valle de Oro, animada plaza en la que nos encontramos con un reportero buscando la noticia micrófono en mano y un buscavidas vendiendo mascarillas. Nos preguntamos si semejante espíritu emprendedor tendrá algo que ver con la presencia, unos metros más adelante, de la sede del PP.
Torcemos a la izquierda y empezamos a callejear. Una vez dejada atrás la Avenida de Oporto, nos encontramos con calles estrechas y edificios de dos o tres plantas, todos muy distintos entre sí. Pronto, muy pronto, descubrimos la primera pintada contra el orden establecido, el primer grito de liberación ante la tiranía silenciosa.

El dibujo del triángulo de los Illuminati deja patente que estamos ante alguien que sabe bien de lo que habla y ha decidido comunicarselo al Pueblo para que éste salga de la caverna. Agradecidos de que en Carabanchel haya gente con tan altruista misión, proseguimos nuestro paseo.



Por aquí cada edificio es de su padre y de su madre, unos de ladrillo visto, otros de hormigón, unos con balcones y otros sin ellos. Salimos de este abigarrado vecindario y damos con lo contrario: una bonita zona monocromática de edificios verdes con frondosas zonas comunes en las que los niños intercambian cromos y se persiguen con pistolas de agua. Sólo tenemos una pega y es que el Toldo Verde combina muy mal con el color de las fachadas. Nuestra primera propuesta es, como excepción que confirma la regla, otorgar un estatus especial a este barrio y sustituir nuestra bandera común por alguna más acorde con este vecindario, como el toldo naranja y negro que ya hemos visto en algún otra zona.
No es Madrid una ciudad muy lluviosa, pero las nubes negras anuncian chaparrón y buscamos un lugar en el que cobijarnos. Cerca del pabellón de Vista Alegre en donde las Abasfans encandilaron a los allí presentes encontramos una chocolateria en la que damos buena cuenta de unos churros. Que no todo van a ser braviolis en esta vida.
Finalmente la anunciada tormenta se quedó en un tímido orbayu que aún persistía cuando salimos del local en busca de nuevas aventuras. Lo primero que vemos es un antiquísimo edificio en ruinas




Poco más adelante, encontramos el mismo mensaje visto al principio del garbeo. Es ya evidente que en este barrio alguien ha decidido contarle la verdad a la gente y no le van a callar.
Pronto comprobamos que el mensaje ha calado profundamente. Llegamos a los bajos de Opañel, cerca de donde acabamos el último garbeo de la Antigua Normalidad, y comprobamos que los graffiteros declaran su preferencia sin ambages por el Ébola, un virus mucho más carismático que el Sars-CoV2. Proponemos que desde alguna consultora de renombre se realize un estudio de mercado para averiguar en que zonas la gente es más partidaria del Ebola y en cuales prefieren el Corona. Esto provocará que se establezcan nichos de mercado que los emprendedores sabrán aprovechar gracias a sus novedosas estrategias de marketing vírico.
Llegamos a una animada plaza donde los niños juegan despreocupados en el parque y los mayores incentivan el PIB de la zona tomandose unos refrigerios en las terrazas. En los balcones proliferan los Toldos Verdes, hasta el punto de que en muchos de ellos se le añade dos telas laterales al toldo principal. Un precioso arcoiris aparece en el horizonte. La estampa es preciosa, de puro sindrome de Stendhal.
Pero no podemos evitar que se nos rompa el corazón cuando vemos este cochecito, que ha tenido que postergar sus servicios por culpa de la pandemia.
Seguimos caminando por la avenida de Abrantes, donde nos encontramos con esta imaginativa greguería que hubiese hecho las delicias de Ramón Gómez de la Serna.

Conforme avanzamos el pasaje se va deteriorando, los edificios son cada vez más destartalados y los parques más descuidados. Hemos llegado a Pan Bendito, barrio obrero del que surgió el grupo La Excepción con El Langui a la cabeza. Entre los bloques siguen apareciendo pintadas que muestran la adhesión de los vecinos al Ébola Crew.


Llegamos a un enorme parque, con la hierba descuidada y columpios y toboganes en muy mal estado. La juventud deja pasar las horas, sentada en las vallas o paseando entre los edificios. Estamos en una de las zonas más olvidadas de Madrid, no hay más que echar un vistazo para cerciorarse. Anochece y si seguimos recto por el descampado llegaríamos a Buenavista, antiguo Carabanchel Alto, pero torcemos hacia la via Lusitana, donde ya hemos estado hace ya más de un año en nuestro garbeo por Villaverde Alto. Nos pedimos las braviolis de rigor, amenizadas por la conversación apocalíptica de la chavalería de la mesa de al lado (con descripciones detalladísimas de como afecta el Sars-Cov-2 a nuestros pulmones) y parecía que ya no había nada más que contar, hasta que llegó la hora de pagar.
Como somos de letras, le dimos tres billetes y unas monedas al camarero sin hacer cálculos previos, pidiéndole que nos devolviese la vuelta. Tras ir a la barra, se nos acerca a decir que le habiamos dado la cantidad justa. Ahora sí, nos ponemos a contar cuanto habiamos puesto cada uno de los allí presentes, y llegamos a la conclusión de que olía a gato encerrado. Le decimos al camarero que tienen que sobrar cinco euros y, tras comentarlo con su compañero, nos dice que lo siente mucho pero que él contó bien y que ahí estaba la cantidad justa de lo que habíamos pedido. Devenidos en perfectos matemáticos, exponemos la cantidad exacta que ha puesto cada uno, pero el camarero se cierra en banda. Nos levantamos de la terraza del bar Kafé y Kañas sabiéndonos timados y nos dirigimos a la parada de metro más cercana. ¿Nos habrán visto la cara de turistas pequeñoburguesas a las que poder estafar con facilidad? ¿Será este el modus operandi habitual cuando se ve una presa fácil? ¿O simplemente hay un billete de 5 euros caido en Via Lusitana y resulta que ambas partes creemos llevar razón? Una cosa tenemos clara: para el próximo garbeo estaremos más atentas.