‘Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ es un garbeo semanal que parte cada martes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc.
Tres meses después de nuestro último garbeo, pandemia y confinamiento mediante, la comitiva ultrarracional de mejoras urbanísticas vuelve a las calles con ímpetu renovado y ansia gentrificadora. Nuestro destino en esta ocasión es la parada de Urgel, situada en la calle General Ricardos, transitada avenida por donde circulan los vehículos en ambas direcciones y en la que no hay ningún paso de cebra a la vista. Giramos por una de las estrechas callejuelas y el tumulto da paso a la calma.
Ya estamos en fase dos y se permite el paseo a cualquier hora, pero nos cruzamos con pocos viandantes en nuestro camino. Cuesta creer que estemos a pocos minutos del centro viendo los pequeños edificios y las plazas floridas donde las ancianas descansan en los bancos, respetando la distancia de seguridad; más bien parece que estemos en medio de un pequeño pueblo perdido en la Castilla profunda.


Paseamos un buen rato por este olvidado remanso de paz en medio de la gran ciudad y descubrimos algunas joyas escondidas como ésta:
Poco a poco empiezan a aparecer los edificios de varias plantas y los bloques de hormigón, aunque vemos muy poco Toldo Verde. Los árboles dan paso a las farolas, las pequeñas callejuelas, a anchas carreteras. Las placitas con sus bancos y sus arbustos se convierten en horribles parques desérticos. Aún encontramos algunos pequeños bloques unifamiliares, ubicados en medio de la nada.



Llegamos a una zona bastante abandonada, con la hierba alta y descuidada, y un miembro de nuestra comitiva recuerda que en el parque colindante a éste se celebraron hace un año los Veranos de la Villa, donde nos legaron una pequeña parcela en la que deleitamos al público con grandes éxitos de la España Cañí, desde Cecilio G a Manolo Escobar pasando por Lola Flores.


Abandonamos el Parque de la Cuña Verde y seguimos paseando, hemos abandonado el distrito de Carabanchel y nos internamos en Latina.
En la crónica de nuestro último garbeo por los alrededores de Marqués de Vadillo tuvimos a bien recordar a Francisco de Goya y su cuadro La Pradera de San Isidro para reflejar las diferencias entre las romerías de su época y la nuestra. En esta ocasión nos vemos obligados de nuevo a mencionar al maestro aragonés, ya que nos encontramos con una formidable copia de su Perro Semienterrado donde menos nos lo esperábamos
En el mismo edificio hay otras pinturas de menor tamaño, aunque bastante menos lograda que la copia del famoso cuadro de Goya.

Hemos llegado a Puerta del Ángel, el Brooklyn castizo (no, no es invención nuestra). Poca gentrificación podemos hacer aquí, ya que por mucho que haya gente que se refiera a esta zona como «el extrarradio» por no pertenecer a la Almendra Central, el barrio empieza a ser tomado por muchos urbanitas que buscan un lugar cercano al centro y han sido expulsados de Malasaña o Lavapies. Intentamos entrar en la Iglesia de Santa Cristina (en la fase dos ya se permite abrir los centros religiosos) pero nos la encontramos cerrada y, a petición de un miembro de nuestra comitiva, nos dirigimos a El triángulo de las verduras, restaurante vegetariano que también nos encontramos cerrado pero del que rescatamos este extraño ser situado en el ventanal.
Nos encontramos también con la esperada ración de letreros con comillas situadas de forma aleatoria, pero en esta ocasión el resultado es bastante más perturbador que de costumbre y nos deja sin saber muy bien que pensar.
Se acerca el momento tan esperado y tan temido a la vez. Lo que en la Antigua Normalidad era algo trivial, encontrar una terraza libre un martes por la tarde, es en estos momentos de la Nueva Normalidad una auténtica odisea. Nos acercamos a la Casa de Campo para comprobar si hay alguna terraza abierta en la que tomar unas braviolis a la orilla del lago, sin suerte. Contemplamos el skyline y volvemos sobre nuestros pasos.


Buscamos algún sitio mientras discutimos sobre las diferencias entre los hórreos y las paneras tras ver una de las dos a unos metros del lago (era una panera ya que tenía seis pegollos) y finalmente acabamos encontrando hueco en un restaurante gallego. Empieza a hacer rasca y algunas no venimos bien abrigadas, pero se nos olvidan las penurias cuando nos ponen delante las dobles y el plato de braviolis.

Pensamos en alguna propuesta para el barrio pero estamos algo oxidadas tras tantos meses de encierro y no se nos ocurre nada. Lo cierto es que nos daríamos por satisfechas con ver en próximos garbeos algún otro edificio en el que se rinda homenaje a alguno de los grandes pintores nacidos en la piel de toro.
