¿Puede haber feminismo sin gentrificación?

Mis padres son dos personas cultísimas. Se saben la historia de España al dedillo, y en mi casa de infancia pasé muchas comidas escuchando debates sobre qué reyes hicieron qué y en qué año pasó tal cosa. Es un hecho remarcable porque apenas tuvieron educación reglada: mi padre fue tres años a la escuela, y eso solo cuando no tenía que trabajar en el campo, y mi madre tuvo que irse de casa y ponerse a trabajar para empezar el bachillerato, que no pudo acabar.

Crecí en Montemolín, barrio de cepa obrera y toldo verde.

¿Puede ser la clase obrera culta? Las clases dominantes se han aprovechado tradicionalmente de la incultura de las masas para someterlas. Cuando las masas locales han ganado privilegios, como la educación universal, la explotación se ha trasladado a otras partes del mundo que aún permanecen incultadas. Es muy interesante repasar la historia de Londres en el XIX, que es un cursillo acelerado de eso mismo.

Con el avance en la educación hemos pasado del proletariado al precariado, con un breve estado larvario que fue la clase media.

Pero no es el propósito de este artículo explorar la explotación transnacional, otros muchos lo han hecho ya bien. Centrémonos en la clase obrera en España. Hoy en nuestro país coexisten “generaciones nacidas en una sociedad agraria con la peor mortalidad de Europa con otras nacidas en un país moderno que tiene una economía de servicios y una de las mayores esperanzas de vida del mundo” (Documentos RTVE). El salto ha sido brutal, y también ha supuesto un cambio radical en educación: de un país con el 27,85% de analfabetismo en la década en la que nacieron mis padres (1950) y una educación que apenas cubría los principios del “Movimiento”, a una tasa de educación superior del 41,2%, por encima de la media de la Unión Europea (39,9%).

Adquirida la cultura, la que antes era clase obrera ya no se conforma con trabajar en la cadena de montaje de una fábrica, como tuvo que hacer mi padre, o ser ama de casa, como mi madre. Sus hijos/as han ido a la universidad, y ahora vagan por ahí con todos esos conocimientos en la cabeza buscando un trabajo útopico en su móvil de última generación, gastándose en terracitas lo que ganan con las chapucillas que consiguen que les encarguen, en lugar de hacer economía y pagarse un piso. Con el avance en la educación hemos pasado del proletariado al precariado, con un breve estado larvario que fue la clase media.

Neopauperismo: Aunque no lo sepas, tú también eres pobre

Este precariado económico, con altas aspiraciones pero pocos recursos, vuelve a los barrios obreros después de que la turistificación y especulación le echase del centro de las ciudades. Sus aspiraciones estéticas son mayores que las de sus padres, y entre el ladrillo marrón y el toldo verde demandan cosas “cuquis”, pero también veganas, feministas y ecologistas: es la punta de lanza de la gentrificación. Este precariado demanda que el barmanolo cambie por el bistrovegano: no puede ser de otra forma, porque en la propia esencia del barmanolismo está embebido la indolencia en el trato a los animales, el desdén por el feminismo y la exaltación del dominio a la naturaleza, las cosas que le permitieron a la clase obrera sobrevivir en el mundo hostil y escaso de recursos de mediados del s. XX, y que hoy han quedado obsoletas. Ese vector gentrificador cuqui, por tanto, es el que hace que las nuevas ideas se vayan expandiendo y adaptando, hasta que resulten viejas y haya que cambiarlas por otras nuevas, y en el camino trae librerías de publicaciones monas y festivales de arte que luego los anticapitalistas critican con pintadas, llenos de razón pero errando el tiro.

El feminismo y el veganismo son tal vez los dos vectores más potentes de gentrificación, y sin embargo las personas feministas y veganas son las que más alzan su voz contra este proceso, y en defensa de una clase obrera decimonónica que ya no puede existir. Los barrios degradados, llenos de cacas de perros, como lo es mi calle de Carabanchel; con récords de contaminación y de explotación humana, como es la cercana Plaza Elíptica; o abarrotados de coches aparcados, como Usera, no son atractivos para el turismo. Pero en cuanto lo humanicemos, hagamos un Carabanchel Central, eduquemos a las vecinas en educación vial, en el carsharing, en lo divertido que es ir en bici, en que con la comida vegetariana no te faltan proteínas, etc, triunfará el civismo, pero también el capitalismo que criticamos. Es una contradicción que tenemos que abrazar, porque negarla es ser Gente Entrañable y autojustificarnos ultrarracionalmente.

Pero, ¿por dónde cortar el hilo? Posibilitando ese avance de la cultura, pero no permitiendo que detrás de ella venga el verdadero ente gentrificador: la especulación y su hija la starbuckización. No sé si esto es utópico o posible en una socialdemocracia esencialmente capitalista como es la europea, aunque parece que en Portugal están en ello. Bueno, ahí lo dejo como propuesta para cuando el Pueblo deje de elegir a dirigentes de derechas.


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