¿Qué hacemos con nuestros viejos? La línea roja del ultrarracionalismo

Mucha tinta está corriendo estos días en relación con el problema de los viejos y su voto. Más allá de declaraciones más o menos atrevidas, a veces incluso salvajes, una cosa está clara: que no se puede seguir echando balones fuera. Esto sería hipócrita y contraproducente.

Dada la importancia del asunto, en Homo Velamine hemos creído necesario exigir a nuestros representantes políticos que aborden este debate con la mayor urgencia. A este fin, expondremos brevemente algunos de los problemas que deberían tratarse en un tal debate, y lo haremos aunque ello nos suponga meternos hasta la rodilla en el fango de lo racional, el cual, como el lector sabe, no consideramos una aproximación fructífera, no digamos realista, a casi ningún problema de interés público.

Existen efectos evidentes de la ancianidad en los hábitos físicos y mentales, que van mucho más allá del mero estereotipo del achaque, y que deben ser analizados con la ciencia disponible, y con un intenso debate sobre sus implicaciones. Tenemos el segundo país de mayor esperanza de vida en el mundo, Rajoy dixit. Un país de emigración masiva de jóvenes, de baja tasa de natalidad, de masivo desempleo joven que impide a las jóvenes familias planificar su futuro, y que por tanto es causa directa de ese mísero índice de natalidad. Se trata de un gran choque intergeneracional al que contribuyen, agravándolo, cuestiones como la posición ultrarracional del Fondo Monetario Internacional respecto de las pensiones y la edad de jubilación. Queremos este problema en la mesa. Yo no sé, pero me aterra pensarlo, qué clase de vida me espera de viejo, si es que llego a viejo; en todo caso, yo me imagino esta vida de viejo fuera de España, y a mis posibles, futuros hijos los imagino, por supuesto, extranjeros.

Ancianos discuten los detalles de las políticas más probables del FMI en lo tocante al trabajo y las pensiones. De este encuentro surgió el documento «2050: Roadmap to Transhuman Singularity», firmado ante notario en la puerta del monasterio de San Millán de la Cogolla, La Rioja.

Es, por otra parte, un hecho radical que los mayores han votado mayoritariamente a los partidos políticos que han producido este estado de cosas en el que sus nietos, si pueden, huyen desesperadamente del país. Lo grave es que parecen votarles más por cuestiones de memoria, de identidad, o como mucho de gratitud política; que porque sus modelos socioeconómicos hayan contribuido a echar a sus nietos; lo cual sería absurdo. ¿Qué podemos esperar, en este contexto, de unos ancianos que por lo general no saben, e incluso quizás no pueden, ejercer una responsabilidad que de facto tienen con sus herederos, cual ellos mismos lo reconocerían si se les preguntase? Sumemos a este problema los otros problemas del choque intergeneracional.

Nuestra conclusión se sigue con evidencia: el debate sobre el choque intergeneracional y sus efectos en nuestras decisiones colectivas acerca del presente y el futuro de nuestro país y nuestros ciudadanos debe estar sobre la mesa a toda costa, y con cuanta mayor honestidad, más potencia y rigor, y menos evasivas, mejor. Tal es, pues, la línea roja que el ultrarracionalismo emplaza a los partidos políticos: ¿qué hacemos con nuestros viejos?

El presidente del gobierno saliente, Don Mariano Rajoy, explica a un grupo de simpáticos ancianos los desafíos del cambio climático, los pros y contras de la introducción de cultivos GMO, y las consecuencias de ambos problemas para el desarrollo de nuevos modelos productivos en el marco de la alianza TTIP.

¡Habla, Pueblo, habla!

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