Vox populi, vox dei
Estos días estuvo siendo muy comentada la estrategia electoral de Vox. Su número uno y candidato a la presidencia, Santiago Abaskal, apenas se deja ver. Expertos en comunicación política aseguran que “es para no quemar su imagen”. Nosotros creemos que se trata de algo más sutil. La estrategia es la misma que describe Sorrentino en Young Pope: en una época marcada por la hiper-exposición, nada más atractivo que el misterio, la sombra, el ocultamiento premeditado. Pero la estrategia de Vox es mucho más que eso y Abskal sabe que la democracia no está preparada para su mensaje.
Es cierto que Vox es el espejo perfecto de Podemos. Ambos partidos se apoyan en el descontento y vienen a librar a España de la malvada corrupción de mil cabezas. Se fundan en el rechazo a las reglas del juego y deciden jugar para cambiarlas. Los dos son capitaneados por héroes trágicos, cada uno, respecto a su propia tradición (aunque ambos fueron uno en J. A. Primo de Rivera hasta que Zeus los dividió, como se relata en el Banquete de Platón, y dicho monstruo no es sino el Pueblo). Sin embargo, si Podemos es la-negación-del-Ibex, Vox es la-negación-de-la-negación.
En la práctica, más que ser diferentes, están en fases distintas. Podemos es el gemelo que nace primero. Esperemos que, a medio plazo, los juegos de tronos, puñaladas traperas, besos de judas y cagadas mediáticas desinflen al uno como desinflaron al otro. (Si el error capital de la izquierda fue y sigue siendo rechazar la bandera del país que quieren salvar, quizá el fallo de la derecha venga dado por el paroxismo de lucirla demasiado, pero eso es otro cantar).
Ahora bien, mientras los iglesistas agonizan, la derecha está ganando la partida comunicativa. Tiene a los medios mainstream en la palma de la mano por la adicción de estos a las declaraciones morbosas. A través de la tele habla a las señoras enculturadas en el franquismo que están “hasta el moño de tanta tontería”. Y de igual modo a los maridos de estas, que discuten acaloradamente en el ágora, en grupos de Facebook o en el bar de siempre las medidas simples y accesibles de Vox para arreglar España. Estas pueden resumirse en una consigna: “lo que vosotros pensáis está bien, no os dejéis discriminar por ello, defended vuestras retro-ideas”.
Por otra parte, cuenta con la admiración de miles de jóvenes insatisfechos, muchos de ellos en paro o frente a un futuro incierto, y sabe canalizar su energía -requisito fundamental de todo fundamentalismo-. Domina Instagram, donde cuadriplica en seguidores al viejo y harto cansado PP, organiza fiestas para menores de 30, etc. Esta estrategia de motivar, seducir y movilizar a las juventudes es ciertamente audaz. Sabemos que los viejos nos superan en número y que nos quieren ver precarios y limpiando pañales (los suyos). Pero, al contrario de toda lógica, Vox ha apostado fuerte a la carta del electorado joven. ¿Por qué lo ha hecho?
Pues porque, igual que Aristóteles, sabe que los jóvenes son los más gregarios y cuñados de entre los votantes, en particular los españoles, reaccionarios por naturaleza. Sabe que son el electorado más predispuesto al canto de sirena y a creer en mitos sobre épocas gloriosas que fueron y vendrán: al fin y al cabo el pasado les queda lejos y no han vivido lo suficiente como para descreer de los grandes relatos. Sabe que muchos debutan en la fiesta de la democracia gracias a ellos (“si no fuera por Vox yo no votaría ¿sabes? y mis amigos, lo mismo”).
Sabe, igual que Kant, que la metafísica es el campo de batalla, que la guerra es simbólica e internet es guerra de guerrillas; sabe que apelar a los jóvenes es apelar al futuro, que en una sociedad infantilizada todos queremos ser jóvenes, e incluso creemos serlo, y que si la opinión de los jóvenes es continuista, y entronca con la tradición, va a ser aplaudida con orgullo fervoroso por sus padres y abuelos. Esto es, los jóvenes simpatizantes de Vox no son los escépticos izquierdosos que se saben derrotados de antemano. No tienen que luchar contra el cuñadismo en las cenas de navidad como sí tuvieron que hacerlo algunos quincemayistas en su momento (aunque fueran ellos igual de cuñados sin saberlo).
La juventud de Vox está en sintonía con la tónica de la política y la historia de la meseta desde su unificación en el siglo XV. Además, ser franquista, como ser del Real Madrid, es caballo ganador. Desde un plano materialista los jóvenes son como abejas polinizadoras respecto a la información, las tendencias y los memes. Son los que mueven el cotarro en internet y el altavoz perfecto para un mensaje sencillo y contundente. Además, los zascas son su gasolina y Vox no se anda por las ramas como los intelectuales de Podemos con zascas rebuscados y chistes de cafetería de universidad. Vox tira de otro tipo de retórica, donde priman la claridad, los cojones, y la sinceridad (‘Vox’ significa ‘palabra’).
Pero de nada serviría esta retórica sin un hombre que encarne la Palabra del Pueblo, un hombre al que mirar a los ojos, vernos reflejados y decir: sí, es Él, ha venido a salvarnos.
Santiago Abaskal, el meta-cuñado
Lejos de ser una simple anécdota, debemos prestar atención a aquel vídeo de una rueda de prensa en la que Abaskal, cual Sócrates meseto, se dice a sí mismo: “solo sé que soy cuñado”, y confiesa ante las cámaras sedientas de grasa verbal y acostumbradas al eufemismo:
La verdad que no tengo mucho conocimiento sobre eso.
Pues es algo de lo que no he reflexionado.
Creo que no es responsable que yo aventure una contestación sobre algo de lo que no he pensado más de 5 segundos.
Son respuestas muy curiosas y verdaderamente filosóficas. En el primer caso le formulan una pregunta de bioética ¿Qué otra respuesta mejor que reconocer la ignorancia ante una pregunta para la que ni siquiera los expertos logran consenso? Ab-askal sale al paso elegantemente, pero el Pueblo sigue en sus trece. La gente que le odia a priori, la izquierda en general, se lo toma como algo humillante: “¡Un político que no sabe!” “Menudo idiota”. “Lamentable”, etc. Por la otra banda, sus simpatizantes echan balones fuera y alegan que el vídeo está manipulado “Menudo montaje, ya se tiene q ser burro para q alguien se lo crea”.
Lo cierto es que Ab Askal aquí se revela como un meta-cuñado: no elude la pregunta sino que contesta que no sabe, apela a la responsabilidad política y dice que de eso en concreto “no ha reflexionado”, lo que es igual a decir que acostumbra a reflexionar. Lo más probable es que se la sude la opinión pública porque no necesita agradarles y tiene la sartén por el mango, o al menos le interesa aparentar esa imagen. Sea como fuere es todo un gesto, y demuestra haber subido un escalón respecto al manejo de medios.
Lo mismo da si luego discute con un científico y le dice que “el cambio climático existe desde que el mundo existe”, porque añade: “otra cosa es que sea por acción del hombre o no sea por acción del hombre, no voy a entrar en una cuestión que me supera ampliamente”. De nuevo señala la ignorancia del otro mediante el reconocimiento de la suya propia. ¿Qué se han creído los científicos queriendo averiguar las cosas de Dios? Emplea un meta-cuñadismo socrático y se gana al cuñado curtido en mil batallas dialécticas que valora que de vez en cuando un hombre se baje del caballo. Se gana a España reconociendo que ignora, y eso es un acierto. Ya sea porque todos somos cuñados y realmente quiere darnos una lección de humildad o tan solo le interese simular esa honradez del macho meseto que tanto gusta entre mujeres y hombres, es lo mismo: Abd-askal tiene al Pueblo en el bolsillo.
Al contrario de los idealistas podemitas, que siempre desoyeron la voz del Pueblo, Vox está llevando a cabo una campaña inteligente y ultrarracional. Ahora bien, ¿merece el joven y vigoroso Abd Askal el voto ultrarracionalista? ¿Es legítimo aferrarnos a nuestro derecho constitucional de placer estético por lo grotesco? ¿Consideramos positiva la estrategia aceleracionista?
Algunas miembras de HV han aparecido públicamente pidiendo el voto para Vox. Algunas otras discrepamos, أبسكال no es de fiar. Ademas algún día habrá que acordarse de Zizek augurando que la victoria de Trump le abriría los ojos al Pueblo. Ahora se ve más nítido que al Pueblo no hay que “abrirle los ojos sino arrancárselos” como reza nuestro manifiesto. Aplicar la fórmula aceleracionista al escenario español significa aceptar una neoguerra civil -quizá no tan cruenta como la pasada, pues ya sabemos que los millennials son unos flojos y tal guerra habrá de ser librada por gerontócratas-. Una teocracia de medio siglo, una transición restauradora de la dinastía Borbón o quién sabe si Habsburgo, y por fin otro medio siglo de clase media. En el mejor de los casos. Sin embargo, no hay razones para ser tan optimistas, la comunidad científica confirma un colapso trágico y devastador. En la meseta lo más plausible es un neofeudalismo hippy, supersticioso y conspiranoico, más o menos satisfecho.
Claro que en principio todo ello es compatible con Vox, que en verdad es la voz del Pueblo y la voz de Dios. Así que tampoco encontramos razones para no votarlo.
Una idea sobre “Vox populi, vox dei: Santiago Abaskal, el meta-cuñado”
me parece que el video de «a aquel vídeo de una rueda de prensa en la que Abaskal, cual Sócrates meseto, se dice a sí mismo: “solo sé que soy cuñado”, y confiesa ante las cámaras sedientas de grasa verbal y acostumbradas al eufemismo:» ha sido newtralizado