Contemplemos esta obra maestra de la mesetonormatividad. Antonio Molina es un currante andaluz con un irrefrenable impulso biológico: cantar y vaguear. Pero el patrón, un catalán, no le deja cantar y hacer feliz a la gente, porque está obsesionado con la productividad. Entonces llega el jefe del patrón, otro señor catalán, y dice que quería escuchar el cante que eso le gustaba mucho. Inmediatamente el catalán bueno se vuelve loco y comienza a hablar con asento andalú, y dice, con la mano en el hombro de un minero: «El patrono y el obrero han de ser buenos amiguitos para que el negocio funcione bien», añadiendo que «yo soy un trabajador como tú»; lo que pasa es que el patrono se ocupa de otras cosas.
Al final Antoñito canta esperando que las 1.500 pesetas del catalán bueno le saquen de la miseria. Pero entonces, la mina se desmorona porque el catalán malo, a quien no le importaba oprimir al andaluz con sus exigencias de productividad, luego era un inepto que no se preocupaba debidamente por las cuestiones de seguridad laboral. Menos mal que los mineros andaluces, que se las saben todas, logran conducir al buen catalán fuera de la mina. Todos salen de la mina abrazados y felicísimos, cantando Soy minero y sin preocuparse por la productividad.
Nótese que el catalán bueno hay que tomarlo como no-existente. En efecto, es un ser imaginario, sólo está ahí como enseñanza moral para el catalán real, que es el catalán malo que sólo exige productividad. El público lo entiende inmediatamente por lo grotesco e inverosímil de los gestos y actos del catalán bueno, mientras que el otro es más mucho más creíble, en tanto que típico jefe chungo y torpe, pelota y avaro, que oprime a la gente mientras él solito se basta para crear catástrofes ahorrando costes esenciales y practicando el autoritarismo: un anticipo visionario del camarada Diátlov.

Por otra parte, el público puede preguntarse: si ningún patrón es meseto, ¿dónde está lo mesetario en este vídeo? ¿Dónde la mesetonormatividad? Respuesta: la Meseta es el guionista, el ojo de Dios omnisciente y espectador que hace posible la historia y el Bien, al coordinar los intereses antagónicos del catalán y el andaluz y dominar sus impulsos para colectivizar juntos de un modo agradable y feliz, consensual. En suma, la Meseta es una especie de providencia que mantiene atados a los distintos pueblos de España en sus diferencias, satisfaciendo las necesidades e impulsos de cada cual. Es un facilitator, siempre y cuando, claro, los catalanes y andaluces sigan su doctrina y no se comporten, respectivamente, como los mierdas que inevitablemente tienden a ser, y como los vagos y maleantes que cantan y arman barullo cuando el señorito no les paga por hacerlo.
