Imagínese usted que está tan tranquilo en su casa de La Meseta, y de pronto Rajoy le manda por Decreto Ley a la China. En lugar de jamón tiene que empezar a comer saltamontes fritos, y La Palabra de El País es sustituida por unos rayujas ininteligibles. Pero el mazazo final llega al comprender que tiene que abandonar el “Empleo y Gol” que rige su vida desde su puesto en la Administración en pos del “Trabaje como un Chino”.
¿Terrible, verdad? Pues algo así es lo que pasa en Stranger Things.
ATENCIÓN: A partir de aquí hay spoilers brutales de la temporada 1. ¡Guarde este artículo en sus favoritos para leerlo después!
Le ocurre al Demogorgon, y en general a cualquier bestia del cine. Recordemos, por ejemplo, Tiburón. Como sabe, en la narración un gran tiburón blanco merodea por la costa y se come a unas cuantas personas. Las autoridades no paran hasta acabar con él, para que no cause más muertes. Cabe plantearse: ¿debe el tiburón morir? ¿Está haciendo algo malo para merecer pena de muerte?
De igual modo, en Stranger Things el Demogorgon merodea por el pueblo de Hawkins y se come también a otras cuantas personas. Al principio es difícilmente identificable, pero poco a poco los protagonistas de la historia toman conciencia de su presencia e intentan aniquilarlo. Cabe plantearse las mismas preguntas: ¿debe el Demogorgon morir? ¿Está haciendo algo malo para merecer la pena de muerte?
En ambos casos, en principio pudiera parecer que sí. El Demogorgon se ha comido a Barbara, tiene a Will Byers atrapado en Upside Down, a su madre loca, y a todo el pueblo en vilo. Además es feísimo, echa unas babas asquerosas y pega bocaos con unos dientes llenos de caries. Es malo, malo.
Pero en ambos casos el bien del mal está separado demasiado artificialmente. Empatizamos enseguida con los amigos de Will y el resto de personajes que luchan contra el Demogorgon. Pero en las rendijas entre escena y escena se ve a un Demogorgon que está solito, atrapado en un mundo que no es el suyo, comiendo cosas extrañas y mucho menos sabrosas de las que disfrutaba en casa. Quién sabe si habrá dejado detrás esposa e hijos, tal vez una madre convaleciente, o incluso un hermano necesitado.
Imagínese a usted mismo en la China, como hemos planteado al principio. Rajoy, a modo de Eleven, le manda para allá sin posibilidad de elección. Algo así es lo que experimenta el Demogorgon en Hawkings y Upside Down: su mundo ha sido sustituido por un lugar inhóspito, poblado por con unos seres feísimos que gritan mucho y lanzan pequeños objetos calientes con un sonido estridente que le hieren la carne. Además están grasientos y fofos, y son cero saludables. Pero tiene que conformarse con esa comida. ¿Podemos juzgarle por ello? ¿Nos atrevemos a sugerir que habría de regirse por el pensamiento de “Ah, no, espera, voy a morirme de hambre antes que comer a estos humanos, que son superiores a mí”? Claramente no. Póngase en su lugar. Y piense en todas las criaturas que han muerto recientemente para que usted sobreviva. Pollos, cerdos, y todo eso. No, no podemos juzgar al Demogorgon por querer subsistir, de igual manera que no podemos juzgar al tiburón por comerse a éste o aquél surfista.
El problema es el choque de dos mundos que habitualmente no se mezclan. El tiburón, como depredador, es un animal necesario en los ecosistemas oceánicos. Lo mismo podemos asumir del Demogorgon en su mundo. En ambos casos, los humanos hemos introducido un elemento extraño en su hábitat: nosotros mismos. Sin ese elemento extraño, tanto el Demogorgon como el tiburón forman parte del estado natural de las cosas y no representan ningún peligro para los humanos, que están fuera de él. Pero, de repente, ese elemento extraño se vuelve una amenaza fatal. El Demogorgon y el tiburón no pueden elegir no comer humanos, y sin embargo eso es lo que les sentencia de muerte, de manera injusta. Como hemos dicho, la ausencia de tiburones acarrearía graves problemas en los ecosistemas marinos, que repercutirían incluso en los humanos, y sin embargo nuestra sed de venganza y dominio sobrepasa con creces las cinco personas que matan los tiburones al año. Acabamos con 11000 tiburones cada hora, cada día. Y mataríamos 11000 demogorgones llegado el caso, porque nuestro ansia de poder y dominio de la naturaleza en una aparente huida del estado salvaje yendo a otro aún más salvaje no tiene límites.
Por eso, conforme va transcurriendo Stranger Things y Tiburón, cualquier espectador sensible acabará deseando la victoria del Demogorgon y el tiburón, y horrorizándose con ambos finales. Se les ve sufrir, atrapados en un mundo que no entienden, lleno de seres hostiles. Son, sin lugar a dudas, las verdaderas víctimas en ambas historias.
Por supuesto, se puede argumentar que, aunque sean los humanos los que en primera instancia hayan causado el innecesario conflicto, su vida también está en juego y tienen que defenderse. Que Mike, Dustin y Lucas no son los culpables de este desafortunado encuentro, y tienen derecho a luchar por su amigo. Pero tampoco podemos dejar de pensar que todo ser humano es un depredador despiadado en vigencia o en potencia, mayor que cualquier otro animal, y que en cualquier caso su desaparición será siempre más favorable para el mundo –tiburones y demogorgones incluidos– que su supervivencia. Mike y sus amigos piden ya trocitos de pollo para su ensalada; más adelante tal vez pidan también sopa de aleta de tiburón para su potencia viril, o delicias de demogorgon si una superstición, científica o no, confirma que su carne es buena para esto o lo otro. Lo harán despreocupadamente, como quien ojea el Hola en la peluquería. Sin el trabajo y la artesanía del Demogorgon y el tiburón hacia su comida. Sin su participación en el equilibrio natural.
Demogorgon prevails!
Eh, ya que pasa usted por aquí…Si le ha gustado lo que ha leído, piense en apoyar Homo Velamine. No hemos querido inoportunarle con anuncios de todoterrenos que mejoran las relaciones sexuales ni bolsos que elevan la clase social, pero necesitamos sobrevivir. ¡Ayude a mantener Homo Velamine y combata con nosotras el cuñadismo! Desde 2 euretes al mes, que es casi como decir nada. ¡Apoye a Homo Velamine! |