Por primera vez en la modernidad, el sistema en todos sus aspectos está notablemente rezagado respecto de la ciencia y los programas de modernización que esta propone sobre la base del análisis complejo e interdisciplinar de las evidencias.
En efecto: vivimos en medio de lo que podríamos llamar un divorcio y creciente contradicción entre la modernidad según Weber y la modernidad según Marx. En términos weberianos, lo racional, y por ende lo más moderno, es transformar todos aquellos aspectos del sistema mundo que impidan la transición energética, la coordinación de un programa masivo de decrecimiento, la recomposición de las fronteras nacionales y de los organismos de gobernanza en función de las nuevas necesidades de mitigación y adaptación, etc. Habría que preparar también a las personas para un mundo fundamentalmente nuevo, donde se requiere una revisión crítica crucial de los fundamentos de la mentalidad moderna, no menos que de los hábitos de vida y las expectativas.
Sin embargo, las disciplinas teóricamente encargadas de abanderar estos cambios, que son la economía y la pedagogía, son justamente la expresión teórica de la contradicción interna de la modernidad. En rigor, entre todas las disciplinas llamadas científicas, estos son los principales sustentos intelectuales aproximadamente razonables del régimen actual -acompañadas, quizá, por todo lo que huela a estado nacional. Lo que esto quiere decir es que si bien la forma de estas disciplinas es científica, su contenido está muy lejos de serlo. La realidad y la grave contradicción interna a la modernidad ha convertido en irracionales a estas disciplinas.
De un lado, la supuesta ciencia económica existente se opone frontalmente a la racionalidad científica al exigir la continuidad de unos procesos de modernización que son antimodernos e irracionales justo en la medida en que son inviables, genocidas y suicidas. Entre tanto, los pedagogos cifran todos sus esfuerzos en promover partiditas de Kahoot, eliminar la subjetividad o, si se les resiste, negar su existencia, subordinando todas las perspectivas de aprendizaje y desarrollo personal a la subsunción superadora de una más perfecta versión de la App-Total del gobierno chino. Al mismo tiempo, con ello asumen la viabilidad continuada del programa de modernización entendido en un sentido exclusivamente tecno-económico. Todo esto sería tolerable, empero, si los pedagogos tuvieran el decoro de no sembrar la propaganda de su agenda fanática y grotesca de etiquetas tan irritantes como «respeto a la individualidad y diversidad», «interactividad» y «self-management».
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