Hace cuatro años Bernie Sanders me emocionaba, pero hace cuatro años yo no era consciente de la gravedad de la situación de EEUU y del mundo en materia del clima, escasez de petróleo y recursos. En general conocía estos problemas, pero no había medido su alcance y, en consecuencia, mi conciencia de los caminos posibles para manejar el futuro era muy limitada.
Ayer vi una entrevista a Bernie Sanders en la FOX y mi sensación fue de pesadumbre. Creo que Sanders y su movimiento hubiesen sido un enorme logro para evitar la reacción neoliberal yanqui de los 70 y corregir la crisis energética de entonces hacia la menor dependencia exterior, una globalización ordenada, una sociedad equitativa, un paso atrás de la agricultura industrial y una concentración de esfuerzos y recursos en el mantenimiento racional de infraestructuras. Hoy las infraestructuras de EEUU se caen a pedazos, la mitad de su pueblo es una manada de zombis psicópatas, necesita chupar la sangre a medio mundo siquiera para sobrevivir, la desigualdad es irreparable y la vía para corregirla sin conflicto civil implica necesariamente acelerar la catástrofe climática y medioambiental a un ritmo de pánico.
Sinceramente, a estas alturas el mundo no se puede permitir ya esperar a que EEUU corrija su rumbo, porque esto es imposible. La única ventana de oportunidad es que China, y sobre todo EEUU, colapsen y que lo hagan cuanto antes, cueste lo que cueste, y sin que India tenga tiempo de seguir los pasos explosivos de China, que es justo lo que está haciendo.
El coste del colapso de EEUU y China puede ser de en torno a 1.000 millones de vidas en la próxima generación o dos generaciones, pero siempre será menor que el que se daría si este colapso se retrasa en 20 o 30 años, porque el crecimiento sostenido de estos países en ese tiempo significaría más de dos y quizás más de 3 grados de temperatura; y eso se llevaría por delante todo el trópico, y sólo en el trópico asiático hay más de 3.000 millones de personas. Si EEUU y China colapsan pronto, llevándose consigo a la Europa rica, entonces puede que Latinoamérica y África sigan en condiciones de facilitar una reconstrucción civilizatoria. En este contexto, incluso Europa podría reincorporarse con dificultad a esa reconstrucción, en un papel ya lejos del actual, y sin imperialismo sobre estos otros continentes. Si en cambio lo que se viene abajo no son las principales cadenas de suministro, las potencias económicas más ricas, etc. sino zonas climáticas y continentes enteros, entonces no tenemos escapatoria.
La esperanza de Sanders fue bonita mientras duró, que fue, lamentablemente, bastante menos tiempo que el sueño americano.