España es un ente abstracto, una institución colectiva.
Tú no puedes amar a España.
España no tiene ojos y cabeza. El Rey no llena el cuerpo de España. Rajoy mucho menos. Nadal no es la piel de España. Fernando Alonso no es el alma de España. España no se alimenta de paella y vino.
España se alimenta de símbolos, fragmentos y flujos de intensidad y deseo procedentes de todas las personas, edificios e instituciones que la componen.
Tú no puedes amar a España.
Amas a tu novia, a tu familia, a tu vecino. A algunos españoles. Disfrutas la carrera de Fórmula 1, disfrutas tu viaje a la costa, disfrutas tu fabada.
Tú no puedes amar a España.
O bien dices que amas símbolos y representaciones fragmentarias vagamente conexas bajo el título “España”, en cuyo caso tendrás que admitir que tu novia, tu familia y tu vecino no son más que representaciones abstractas.
O bien amas todo lo que existe en España, lo cual es imposible.
En ambos casos deberás reconocer que no existe una España, sino muchas, y que ninguna de ellas es la verdadera, por lo cual el título de “España” es engañoso, un concepto conflictivo: lo colectivo es armonía y tensión, contradicción: España no es una numérica, como todo concepto.
No se puede amar a un concepto.
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