Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ es un garbeo semanal que parte cada martes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y realizar una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc. Ya hemos completado la línea 1, consulte aquí los próximos destinos.
Tú pasa adentro y no te turbes en tu ánimo, pues un hombre con arrojo resulta ser el mejor en toda acción, aunque llegue de otra tierra.
En Apocalypse Now! de Francis Ford Coppola, el Capitán Willard remonta el Mekong cruzando Camboya con el objetivo de encontrar al Coronel Kurtz para acabar asesinándole con un machete y en nuestros Garbeos Ultrarracionales de Los Martes! nos dedicamos a surfear la línea 1 de Metro de Madrid, de norte a sur, con el objetivo de hacer turismo y degustar buenas tapas. Ayer martes 17 de abril marcamos un antes y un después en nuestras derivas, pues conseguimos completar nuestra misión, cruzar las puertas de la percepción tal y como dijo El Gran Patchinko y llegar a la desembocadura de Madrid.



El final de Madrid lo marcan la M-50, una puerta metálica y unas barricadas, construidas por las gentes madrileñas tal y como las describió el escritor andaluz Chaves Nogales en sus apuntes sobre la Guerra Civil.
Los madrileños se han puesto a levantar barricadas. Cada uno hace la suya a su gusto y según su concepto particular de la estrategia. Los vecinos de cada calle tienen a orgullo que su barricada sea la mejor de todo el barrio. Como cada cual concibe la guerra como un asunto privado y todos creen que la gran batalla para el aniquilamiento del fascismo internacional tendrá lugar a la puerta de su casa, se prescinde alegremente de toda consideración general y las barricadas cortan arbitrariamente la circulación, impidiendo el paso de camiones y retardando los movimientos de tropa y los suministros
Anónimo García quiso llegar más allá del final de Madrid, del infinito, y mirar “qué había debajo”, convirtiendo nuestro último garbeo por la línea 1 en unos preliminares de nuestra próxima incursión en La Elipa, línea 2. Como en el final de película Los Golfos de Carlos Saura, quiso introducirse en la alcantarilla. Pero le agarramos.

Si hay algo hermoso en Valdecarros, es su neutralidad, la paz que se respira, las flores que florecen, el buen olor que emite la central de Valdemingómez, esto es, la incineradora colindante que quema cada día las cuatro mil toneladas de basura que genera la ciudad de Madrid: una gestión admirable de los residuos que sólo podría haber ordenado Esperanza Aguirre en los comienzos de su carrera política, en 1991, siendo Concejal de Medioambiente del Ayuntamiento.
Anteriormente, estos terrenos pertenecieron a las hermanas Koplowitz, famosas por su elegancia y discreción, quienes cedieron el uso de esos descampados al Ayuntamiento en 1977 a cambio de una contrata de recogida de basuras. Una vez más, nadie se hace rico a fuerza de trabajar sino de bienvender mierda, como hacen en 2018 los hermanos Encinar, dueños del portal Idealista, tal y como contaba la periodista Analía Plaza hace unos días.
La basura siempre fue uno de los negocios más rentables, el primer arte de las economías del sur de Europa. La mafia convirtió el sur de Italia en un vertedero de residuos tóxicos y Esperanza Aguirre condenó a los vecinos del sur de Madrid a sufrir todas las enfermedades que implica vivir en las proximidades de una incineradora de residuos como Valdemingomez: cánceres de estómago, pulmón, pleura, riñón y ovario. De igual forma que los paquetes de tabaco exhiben advertencias de que fumar produce esterilidad y disfunción eréctil, las papeletas del Partido Popular de Madrid deberían advertir que votarles produce cáncer.


Como Valdecarros no existía en el siglo XX, no tuvo que posicionarse en bando alguno durante la Guerra Civil, no sufrió destrucción alguna, no cayó, no tuvo que enfrentarse a la modélica Transición española. Sin embargo, esta zona del Ensanche de Vallecas tuvo su particular Guerra Civil en el siglo XXI, cuando los milicianos contemporáneos que luchaban contra la feroz burbuja inmobiliaria se atrincheraron en los edificios que forman encrucijada entre las calles Embalse del Vellón, Navacerrada y Eduardo Chillida. La prensa y la derecha les difamó, denominándoles “okupas” mientras la policía patrullaba las calles con lecheras, dispuestas a llenarlas de resistentes. Finalmente, como siempre, los buenos perdieron la guerra y los malos redactaron el libro de historia, por eso nunca se dirá que fue la alcaldesa Manuela Carmena, y no la gestión de Ciudadanos y el Partido Popular, quien vació de okupas esta zona hace año y medio. En Valdecarros se escriben las páginas de la Segunda Burbuja Inmobiliaria del siglo XXI en España: ya no existen edificios okupados y los apartamentitos de 40 metros cuadrados que costaban 75.000 € en 2015, en los años más feroces de la resistencia okupa, ya tienen un precio de 155.000 € en el portal Idealista, aunque también existen gangas de 50 metros por 700 € al mes.

Recorrimos la ciudad y nos dejamos llevar por el carril bici, hasta que se hizo de noche y nos vimos en Tierra de Nadie, en el Triángulo de las Bermudas que conforman la Cañada Real Galiana, Rivas-Vaciamadrid y el Ensanche de Vallecas. Sin embargo, decidimos que la oscuridad no nos amedrentaría a pesar de que el ruido que producía pisar una rama nos generaba el mismo pánico que daría pisar una mina antipersona en la Camboya de Pol Pot. Pisas, la presión del pie activa el disparador y todo explota a continuación. El camino de regreso nos podría llevar a las chabolas de la Cañada Real si todo iba mal, a Rivas-Vaciamadrid si todo iba regular, pues se trata de otro Ayuntamiento o de vuelta a Valdecarros si todo iba bien. Mientras deambulábamos por la M-50, la tierra se fue convirtiendo en un barrizal hasta que llegamos al estanque de unas ranas, con las que estuvimos charloteando un rato como el otro día en La Gavia donde, en los alrededores de la M-45 estuvimos con unos conejitos.

La Cañada Real Galiana es el mismísimo centro geográfico de España, el Greenwich castizo, como ya le contamos al hipotético lector de estas crónicas el día que fuimos de garbeo por Miguel Hernández. Ya gentrificadas Sol, Gran Vía y Tribunal, Valdecarros debe ser ahora el nuevo centro de Madrid y a partir de ahí debe crecer la ciudad, llegando hasta a Albacete lo primero y seguir expandiéndose hasta conseguir recuperar el Imperio Español que sabiamente gobernó el mundo entre los siglos XVI y XIX. Nosotras ayer pusimos la semilla y esperamos que nuestros sueños germinen.

Por supuesto que todo salió bien, tras una dramática hora de escalada alpina de subida y de bajada en la que Sara Dos casi se nos mata, como el bueno del turista estonio Pavel quien después de una fiesta acabó apareciendo en un restaurante a 2.400 metros de altitud, llegamos al bar donde nos sirvieron cañas bien tiradas de Mahou. Le contamos a la camarera que estábamos haciendo turismo y nos preguntó de dónde éramos. “De Madrid Capital” contestamos. De verdad que no queríamos humillarla, estábamos muy lejos de casa y en el fondo teníamos miedo. Aun así, colgamos en el edificio colindante uno de nuestros carteles de derribo, que tanto le chiflan a la alcaldable de Madrid, Begoña Villacís.
Si quiere poner su propio aviso de demolición en un edificio que le parezca particularmente deleznable, descargue el aviso.
Tomamos el último metro en la estación de Valdecarros, principio y final de la línea 1. El conductor nos recibió como te recibe la tripulación en un avión, con una sonrisa y deseándote un feliz viaje. No es para menos, el trayecto entre Valdecarros y Pinar de Chamartín se estima en 59 minutos, según la web de la EMT, y para el vuelo de Madrid a Barcelona se necesitan 75 minutos. Fuimos muy felices, terminamos el garbeo satisfechos y es que pocos viajeros pueden decir que conozcan al conductor de su vagón de metro.

Gracias, línea 1, por estas 20 semanas. Hemos sido muy felices.