
En una sociedad dividida en partidos políticos que se reparten el Estado como si fuese un pastel, ya no existe, no obstante, la enmienda a la totalidad. La palabra muchedumbre o vulgo está en desuso. En todo caso, se suele decir que los que protestan o los que aspiran el poder son una minoría que no representa a la población en general. Esto se debe a que la soberanía hoy no la ejerce un César, Saevire vulgus interdum et facti (…) es algo que solo podría decir un salvador de almas en una incipiente teocracia. No, este tipo de manifestaciones y de justificación de la soberanía absoluta temporal no son posibles. Así que, concluyamos ya, en una partitocracia el pueblo siempre tiene la razón.
La cuestión estriba en que a día de hoy hay dos voces del pueblo. Y el pueblo en sí es esquizofrénico. Por una parte está la voz del pueblo a la que apelan los políticos; esta voz – dicen- es real, por los ecos que retumban cuando una gran mayoría vota en las elecciones y se siente identificado con una cierta ideología. Por otra parte, existe una cierta voz subterránea que socaba por principio toda partitocracia, que dice: todos sois iguales, las reglas del juego están mal diseñadas. Esta posibilidad, que el pueblo está por encima de los intereses pueriles de cuatro politicuchos, es desde luego lo más interesante de todo este asunto.
Es en este punto donde observamos el drama español de un pueblo que preexiste tras la máscara de una ciudadanía bastarda y de cartón-piedra. La pregunta es si este pueblo existe, por lo menos en potencia, y si se puede apelar a él de alguna manera o no. En caso de no ser así, entonces nuestra ciudadanía de chichinabo se encuentra en heurística negativa en una democracia representativa también falsa, intoxicándose cada día que pasa el cerebro con todo tipo de manjares dialécticos y disputas absurdas y creadas ad hoc por parte de parlamentarios que viven básicamente de eso (dado que el parlamento ha perdido hoy la función que originariamente tenía, convirtiéndose en otro circo más). Si esta fuese la realidad, entonces tendrían razón Errejón o Abascal, dos tipos que en el terreno práctico no son muy diferentes, pese al pretendido refinamiento sofístico del primero: el pueblo -en efecto- no sería sino un término arrojadizo y poco más. ¡Estamos hartos! ¡Somos la voz del pueblo! Y a los pocos meses ya tenemos otro meme de Internet y otro partido con una pequeña cuota de pantalla, financiación y poder, para seguir lanzando tweets y demás.
Por otro lado, podría pensarse que, en el fondo, todo el mundo se sabe engañado y estafado, que su irritación y crispación no son reales, y que estas han sido pasiones que les han inducido diariamente por medios artificiosos.
En ese caso, el Estado en España volvería a ser una entidad neutral, despolitizada, como debió ser hace mucho tiempo, a la vez que los magistrados tan solo se dedicarían a defender los intereses de los senadores provinciales (que tendrían que estar en contacto directo con los ciudadanos). Un Estado Neutral: sin cambiar de leyes educativas cada 4 años, sin envenenar los cerebros de los vivos, con un marcado interés en bajar la deuda, mayor centralización, destrucción sistemática de las diferencias entre comunidades en materiales judicativas, funcionariales, oposiciones o educación, y un largo etcétera. Un pueblo que está por encima de los políticos solo puede quedar satisfecho con un Estado por encima de los partidos políticos, y este es necesariamente un Estado despolitizado, cuyo parlamento carezca de competencias para ejecutar órdenes vinculantes.
¿Sabías que nos han condenado a 18 meses de cárcel y 15.000 euros por una sátira hacia los medios de comunicación? ¡No lo verás en las noticias!
La condena menoscaba derechos como el de la libertad de expresión o la tutela judicial efectiva, precisamente los que permiten ejercer control sobre el poder, y abre la puerta a denunciar productos culturales por motivos económicos o ideológicos. Puedes apoyarnos en nuestro crowdfunding. ¡Gracias!