Vox Populi

Esta es una breve disertación sobre la voz del pueblo. Partiremos de la expresión latina clásica vox populi, vox Dei, que acentúa el carácter teológico de la representación de esa voz. Usualmente el término pueblo ha querido significar algo que no es, a saber, un objeto. En realidad se trata de un modo retórico, un sentido– tal y como Frege emplea este término – para referirse a una población. Lo contrario de pueblo es vulgo. Ahora bien, ¿Cuándo estamos ante el pueblo -encarnación de la voluntad general, aclamación popular que representa la palabra de Dios- y cuando estamos ante el vulgo -ignorante y vil, que todo lo ensucia y a las élites estorba-? La respuesta es evidente: cuando interesa a alguien. La apelación al pueblo es usual entre los sectores civiles que aspiran a conseguir el poder, y por ello Maquiavelo, por ejemplo, valoraba positivamente la vox populi en su Década de Tito Livio (cap. 58). Por el contrario, se habla de vulgo o muchedumbre cuando los sectores en el poder necesitan deslegitimar a los sectores que pugnan por conseguir influencia.

En una sociedad dividida en partidos políticos que se reparten el Estado como si fuese un pastel, ya no existe, no obstante, la enmienda a la totalidad. La palabra muchedumbre o vulgo está en desuso. En todo caso, se suele decir que los que protestan o los que aspiran el poder son una minoría que no representa a la población en general. Esto se debe a que la soberanía hoy no la ejerce un César, Saevire vulgus interdum et facti (…) es algo que solo podría decir un salvador de almas en una incipiente teocracia. No, este tipo de manifestaciones y de justificación de la soberanía absoluta temporal no son posibles. Así que, concluyamos ya, en una partitocracia el pueblo siempre tiene la razón.

La cuestión estriba en que a día de hoy hay dos voces del pueblo. Y el pueblo en sí es esquizofrénico. Por una parte está la voz del pueblo a la que apelan los políticos; esta voz – dicen- es real, por los ecos que retumban cuando una gran mayoría vota en las elecciones y se siente identificado con una cierta ideología. Por otra parte, existe una cierta voz subterránea que socaba por principio toda partitocracia, que dice: todos sois iguales, las reglas del juego están mal diseñadas. Esta posibilidad, que el pueblo está por encima de los intereses pueriles de cuatro politicuchos, es desde luego lo más interesante de todo este asunto.

Es en este punto donde observamos el drama español de un pueblo que preexiste tras la máscara de una ciudadanía bastarda y de cartón-piedra. La pregunta es si este pueblo existe, por lo menos en potencia, y si se puede apelar a él de alguna manera o no. En caso de no ser así, entonces nuestra ciudadanía de chichinabo se encuentra en heurística negativa en una democracia representativa también falsa, intoxicándose cada día que pasa el cerebro con todo tipo de manjares dialécticos y disputas absurdas y creadas ad hoc por parte de parlamentarios que viven básicamente de eso (dado que el parlamento ha perdido hoy la función que originariamente tenía, convirtiéndose en otro circo más). Si esta fuese la realidad, entonces tendrían razón Errejón o Abascal, dos tipos que en el terreno práctico no son muy diferentes, pese al pretendido refinamiento sofístico del primero: el pueblo -en efecto- no sería sino un término arrojadizo y poco más. ¡Estamos hartos! ¡Somos la voz del pueblo! Y a los pocos meses ya tenemos otro meme de Internet y otro partido con una pequeña cuota de pantalla, financiación y poder, para seguir lanzando tweets y demás.

Por otro lado, podría pensarse que, en el fondo, todo el mundo se sabe engañado y estafado, que su irritación y crispación no son reales, y que estas han sido pasiones que les han inducido diariamente por medios artificiosos.

España volvería a ser un Estado Neutral: sin cambiar de leyes educativas cada 4 años, sin envenenar los cerebros de los vivos, con un marcado interés en bajar la deuda, mayor centralización, destrucción sistemática de las diferencias entre comunidades en materiales judicativas, funcionariales, oposiciones o educación
Imaginemos que después de todo existe algo así como el Pueblo, cuya voz, aunque no sea la de Dios, si expresa una verdad, la verdad del bien común y la voluntad general por progresar en conjunto con Leyes Justas, Equidad y Armonía, las tres hijas de la Política, como recuerda Bodino. Lo que buscaría este Pueblo, en el fondo, no se reduciría tan solo al Valor-Grasa, pues algo de nobleza quedaría en él. En este caso, cabría de nuevo la posibilidad de que volviese el César y el Teólogo, la autoridad y la religión civil fuerte, y que estos fuesen aclamados por el pueblo. El César sin cabeza sería el Estado y el poder ejecutivo, al cual se llegaría por oposición (bajo amenaza de dimisión en caso de hacer el trabajo mal). En el Estado han de estar tan solo los más preparados y anodinos de los funcionarios, la élite de la élite. El poder eclesiástico ha de estar conformado, en esta Commonwealth imaginaria, por los curas de los que hablaba Comte, y han de transmitir la civilidad a los ciudadanos.

En ese caso, el Estado en España volvería a ser una entidad neutral, despolitizada, como debió ser hace mucho tiempo, a la vez que los magistrados tan solo se dedicarían a defender los intereses de los senadores provinciales (que tendrían que estar en contacto directo con los ciudadanos). Un Estado Neutral: sin cambiar de leyes educativas cada 4 años, sin envenenar los cerebros de los vivos, con un marcado interés en bajar la deuda, mayor centralización, destrucción sistemática de las diferencias entre comunidades en materiales judicativas, funcionariales, oposiciones o educación, y un largo etcétera. Un pueblo que está por encima de los políticos solo puede quedar satisfecho con un Estado por encima de los partidos políticos, y este es necesariamente un Estado despolitizado, cuyo parlamento carezca de competencias para ejecutar órdenes vinculantes.


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